‘Ajax’ ante el Rey

El Rey recibió ayer a Ajax, perro pastor de 12 años del Grupo de Explosivos dado de baja en el servicio activo de la Guardia Civil. Don Juan Carlos condecoró y acarició al perro porque gracias a su olfato se evitó una carnicería en Palma de Mallorca en el año 2009. Detectó una bomba de ETA bajo un coche tras un atentado que costó la vida a dos agentes del cuerpo.

Seguro que al Rey le ha gustado condecorar a Ajax; quizás cuanto más conozca a sus cortesanos, ministros, armadores, yernos y compañeros de cacerías más querrá a los perros. A sus 75 años, con la bisagra jodida, se sueña como aquel americano con vivir sobre un montón de hojas secas, con la escopeta cerca, y acompañado de un perro, que en su caso podría ser el mastín de Las Meninas.

De la fidelidad y dulzura de los perros me lo creo todo, incluso que sean los que den el alta a los pacientes del psiquiatra. También tienen su leyenda negra; a veces se les retrata como a egoístas glotones, pulgosos sarnosos, y serviles. Hasta hace diez minutos perro era insulto. Se ha dicho que se ama a los perros contra los hombres pero eso no es cierto. A mi me impresiona tanto como la tragedia de Macbeth el relato que hace Curzio Malaparte de su perro Febo. Jamás quiso tanto a una mujer, a una hermana, a un amigo, a un partido como a Febo. «Era un perro como yo». Se acostaba a sus pies, era su compañero inseparable, pero un día salió y no volvió. Lo buscó por las perreras, por los canales, hasta que lo encontró con una sonda metida en el hígado, en la Clínica Veterinaria de la Universidad en una fila de camillas alienadas en forma de violonchelo. Lo habían vendido los ladrones al hospital de experimentos. «Tenía los ojos llenos de lágrimas». Cuando le pusieron la inyección final, besó la mano de Curzio y no emitió un gemido; antes de abrirles el vientre les cortaban las cuerdas vocales.

Siempre el mismo perro. Febo es Argos, que tullido y ciego, reconoce después de diez años a su amo que le espera cuando ya no lo acosan las sirenas, Argos es Botswain que poseyó la belleza sin vanidad y todos las virtudes del hombres sin sus vicios.

Todo esto se lo digo a Dana que me mira como a un dios, con sus ojos de zorrita. Ni siquiera es de mi propiedad, sino de la de mis vecinos, que gentilmente la dejan que venga a mi casa, por una gatera que hemos abierto entre los jardines. La Coton de Tulear, la bola de algodón, me avisa cantando con sus orejas de plata cuando es la hora de comer o el momento de empezar a escribir.